martes, 13 de abril de 2010

Ecociudadanía

Si hay una palabra que aglutina la gran mayoría de las reflexiones que intentan analizar nuestro mundo en la actualidad es la palabra “crisis”. Se habla de distintos tipos de crisis acompañándola de adjetivos como “energética”, “ecológica”, “alimentaria”, “social”, “económica”, “cultural”, etc. Hay autores que aglutinan todas estas crisis en una sola: la crisis civilizatoria. Con esta idea se intenta enfatizar que estamos asistiendo al agotamiento de un modelo de organización económica, productiva, política, cultural, social, ideológica…

Uno de los aspectos de esta crisis civilizatoria tiene que ver con el abandono por parte de la sociedad de su responsabilidad pública, política, facilitando que aquellos que detentan el poder inmiscuyan intereses privados en la búsqueda del interés público. Este hecho está alimentado por nuestro sistema. El modelo socioeconómico actual presenta a los ciudadanos, además de como simples consumidores, como si estuviesen aislados de su entorno físico y social y como si fuesen, a la manera conductista, unas hojas en blanco en las que poder escribir toda la información que queramos, que utilizarán automáticamente y en las mismas condiciones. Somos máquinas individualizadas de un engranaje que no contempla sus propias imperfecciones.

Estamos en un punto de inflexión. Demandamos nuevas respuestas para problemas que no podemos resolver con las viejas ideas. Necesitamos que el pensamiento complejo nos acerque nuevas formas de convivencia, de relacionarnos en sociedad, en el marco de una visión holística del mundo. Pero para llegar a nuevas respuestas hace falta buscar las formas más apropiadas a las nuevas problemáticas.

Para ello hay que enfatizar otros valores, diferentes a los que hoy reinan, en pos de un nuevo concepto de ciudadanía. Hay que abandonar el etnocentrismo, promover la justicia ecológica y la justicia social y comprender que van de la mano, reconocer los límites (físicos, sociales, éticos) y ponerlos en práctica. Debemos realimentar el valor de lo público, de lo común. Necesitamos reelaborar una idea de desarrollo verdaderamente cualitativo y no unido al concepto cuantitativo de crecimiento. Tenemos que buscar la creatividad política, desarrollar la autoestima, valorar la solidaridad y aceptar y defender la diversidad. En definitiva, nuestra acción como ciudadanos tiene la urgente necesidad de un planteamiento ético desde el que se revisen en profundidad los pilares mismos de nuestra civilización.

Pero todo ello debe darse en un intercambio continuo y colectivo. Hay que poner de manifiesto que los valores cobran sentido en agrupaciones dinámicas, en interrelación, en sociedad. Sin embargo, la privatización del poder político que sufrimos nos hace carecer de la capacidad de conseguir la participación que se demanda. Una participación real, efectiva, activa, crítica y dirigida a la acción transformadora. La democracia no puede quedarse como una mera herramienta de un sistema de gobierno. La democracia dota de mayor calidad de vida y debemos extenderla a todas las facetas de nuestro día a día, convirtiéndola en la base fundamental de todas las relaciones entre humanos.

Cuando hablamos de Ecociudadanía hablamos de formación participativa y resolutiva de personas, en la búsqueda de alternativas a conflictos ambientales. Hablamos de la vuelta a lo local, que refuerza los procesos de democracia participativa, y viceversa. Hablamos del valor de la diferencia, de la pluralidad, incluso del conflicto, que pueden ser considerados como una ventaja, puesto que aportan criterios pedagógicos y ético-ambientales.

El medio ambiente es el eje en el que hoy debe apoyarse el cambio social. Ahí radica la importancia de educar a partir de los problemas ambientales, ya que son problemas que nos ponen en contacto con sistemas y realidades complejas y nos ofrecen la oportunidad de ejercitar y aprender sobre esta complejidad.

La formación basada en una metodología de investigación-acción participativa aplicada a los procesos de aprendizaje y capacitación colectiva para y desde la acción ciudadana no se da en la educación formal y queda, en el mejor de los casos, como un ejercicio de lucha con las administraciones y de búsqueda de las capacidades personales y colectivas para la consecución de objetivos relacionados con necesidades reales y limitado a movimientos sociales organizados. Esto es una dificultad y un factor donde incidir, dado que es radicalmente necesaria la implementación de, al menos, nociones básicas de participación y acción ciudadana en la educación formal. Sin olvidar, claro está, que es en la vida social donde esta capacitación se ejercitará, crecerá y se pondrá en contacto con la realidad compleja.

Por tanto, es preciso que se convierta a la ciudadanía en protagonista, eludiendo la alienación y unificación de conciencias que caracteriza la sociedad de masas de hoy, donde reina un conformismo generalizado en torno a una propaganda bien construida. Partiendo y utilizando las ideas previas de los ciudadanos hay que hacerlos partícipes de todo el proceso de toma de decisiones, valorando todo el camino recorrido, la implicación, las redes creadas, las reflexiones.

En todo ello cobran un papel fundamental dos actores: los medios de comunicación y las ciudades. Los primeros pueden contemplarse desde dos perspectivas. Siguen, en su mayoría, dejando de lado su responsabilidad social en la difusión de las problemáticas ambientales con el fin de interesar al individuo en un proceso activo. Pero, por otra parte, la utilización de los medios de comunicación como recurso educativo, con sus características dinámicas y ágiles, ayuda a que los ciudadanos se movilicen en la acción participativa.

La vuelta a lo local refuerza el proceso de democracia participativa. Es por ello que las ciudades adquieren un fuerte protagonismo, como referencia cercana, donde convergen aspectos disciplinares, pedagógicos y metodológicos que hacen de ellas magníficos recursos poco explotados y referentes obligados de la educación actual y del futuro.

La Ecociudadanía desafía a los ciudadanos, a las instituciones, a las organizaciones de la sociedad civil y a los responsables políticos y económicos en el marco del cambio hacia un nuevo paradigma que contemple la complejidad también en nuestro papel dentro de las sociedades. Para ello, la educación ambiental puede convertirse en herramienta fundamental para contribuir a hacer de nuestras sociedades en general, y de la ciudad en particular, lugares cada vez más humanos, sustentables y democráticos.

2 comentarios:

  1. Buena reflexión :-). Al final, como muchas otras veces, se trata de volver la vista atrás para ver cómo seguimos adelante sin dejarnos cegar por el ahora.

    De todas maneras, hay una cosa que me inquieta al pensar en todas estas propuestas: ¿realmente está la sociedad preparada para utilizar el pensamiento crítico con lo que le rodea, paso previo e imprescindible para conseguir una participación activa, plena y con sentido? Es más, ¿quiere el ciudadano medio ese tipo de responsabilidades?

    Tras generaciones de educación "formal" donde se enseña a "saber", y no a pensar, ¿no es un poco tarde para esto?

    Al hilo de este asunto, un interesante artículo:
    http://desencadenado.com/2010/04/de-la-educacion.html

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  2. Va encaminado pero no. Al final le sale una mezcla un tanto incoherente denotando que le falta cierta formación teórica ;p Utilizar el lugar común de la crítica vacía a "los pedagogos" (así, en general, como si todos pensasen lo mismo) es un síntoma determinante.

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